Demasiada fue la diferencia entre uno y otro.
Serbia no fue rival para un equipo estadounidense que tuvo altos porcentajes de
campo, una puntería contra la que no se puede plantar batalla, menos aún si no
hay una fuerte estrategia defensiva para contener tanta capacidad.
El partido y la paridad, hasta una inicial
supremacía serbia si se quiere, duró solamente 5 minutos. A partir de allí los
americanos comenzaron a convertir desde larga distancia especialmente de la
mano de Kyrie Irving, finalmente MVP, fueron ampliando diferencias y al poco
tiempo encaminaron el partido hacia la victoria.
El equipo de Serbia logró buenas conversiones
ofensivas, ingresaba en la zona, les volcaba la pelota, convertía desde afuera,
pero por uno de ellos, los norteamericanos anotaban dos, lo cual nunca es
negocio.
Defensivamente Serbia no le hizo fuerza, un
poco por la categoría de los estadounidenses y otro tanto porque no lo supieron
hacer, les quisieron jugar de igual a igual y eso no funciona ante un equipo
con tanta capacidad ofensiva.
Hubo volcadas, tapas, jugadas individuales de
gran factura, pases profundos, hubo show y eso mantuvo al público entretenido
por más que el partido se había terminado hace rato. Y el show vino de ambos
equipos, eso fue lo interesante.
El festejo final de los serbios que no se
querían ir de la cancha, levantando los brazos hacia su gente, fue un fiel
reflejo de lo conformes que estaban. Los norteamericanos también festejaron,
porque era un peso para ellos salir campeones y si bien se saben superiores, los
primeros minutos los sufrieron. Después, hicieron todos los lujos ofensivos
posibles, se divirtieron, se florearon, y le dijeron al mundo que por más reyes
que haya en Europa, ellos siguen siendo los reyes del baloncesto.
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